Nació el 25 de junio de 1840 en Santiago de Cuba, en la actual barriada de Los Hoyos. Hijo de una familia negra extremadamente humilde. Su madre, Dominga Trinidad Moncada, y su padre, Narciso Veranes, vivían en la pobreza, pero con una riqueza moral que heredó el joven y determinó su formación desde la niñez. Su bondad y valentía fueron dos rasgos inherentes a su carácter.
El estallar la guerra independentista del 10 de octubre de 1868 en La Demajagua, este patriota estuvo entre los primeros en incorporarse a las fuerzas insurrectas, junto a otros representantes de la juventud santiaguera. Su bravura lo distinguió desde temprano en los combates, en varios de los cuales resultó herido, estando bajo el mando de los más prestigiosos jefes mambises. Así ganó su aval para ascender al grado de Mayor General del Ejército Mambí. Más de 50 enfrentamientos con el
enemigo los realizó como combatiente de las tropas de General Antonio Maceo.
Ágil y audaz en el manejo del machete, Guillermón protagonizó con esa arma hechos que hoy lo destacan como bravo entre los bravos. Uno de éstos fue el duelo personal a muerte en el que venció a un teniente coronel español, esgrimista, en su propio refugio.
Cuando el Generalísimo Máximo Gómez lo designa para sustituir en el mando al coronel Policarpo Pineda (herido en combate) le encomienda también cumplir la misión de poner fin a los vandalismos cometidos por las escuadras de Santa Catalina del Guaso, bajo la jefatura de Miguel Pérez Céspedes, quien se jactaba de desear un duelo a machete con
Moncada.
Recoge la historia que un día, en un camino, en un papel doblado, encontró Guillermón la siguiente nota: “A Guillermo Moncada, donde se encuentre. Mambí: no está lejos el día en que pueda sobre el campo de la lucha bañado por tu sangre, izar la bandera española sobre las trizas de la bandera cubana”. Y la firmaba Miguel Pérez.
Al dorso del propio papel escribió Guillermón: Enemigo: Por dicha mía se aproxima la hora en que mediremos nuestras armas. No me jacto de nada, pero te prometo que mi brazo de negro y mi corazón de cubano tienen fe en la victoria. Y siento que un hermano extraviado me brinde la triste oportunidad de quitarle filo a mi machete. Mas, porque Cuba sea libre, el mismo mal es bien”. Firmó el papel y lo dejó en el mismo lugar.
Poco después llegaría el día del enfrentamiento. El machete de Guillermón se impuso en largo y sangriento duelo, y el vencedor envió a Máximo Gómez, como testimonio de lo sucedido, las insignias usadas por el traidor.
Luego de la paz sin independencia del 10 de febrero de 1878 en El Zanjón, Guillermón se encuentra entre los oficiales que, junto a Antonio Maceo, protagonizan la viril Protesta de Baraguá, el 15 de marzo de ese mismo año. La nombrada Guerra Chiquita lo suma otra vez a la manigua, y después del fracaso de ésta, tras un engañoso proceder de las autoridades coloniales, es enviado a prisión, primero en Cuba y luego en las Islas Baleares, jurisdicción también de España.
Cumplidos seis años de prisión, regresa el jefe mambí a la Patria, en 1887. Las duras condiciones de la cárcel no habían quebrantado su moral, pero sí su salud, pese a lo cual continuó sus actividades
conspirativas. En 1893 fue detenido nuevamente, hasta la mitad del año siguiente.
Los clarines de la guerra revolucionaria llamaron de nuevo a los patriotas a la guerra, el 24 de febrero de 1895. Alzamientos internos y expediciones desde el exterior, formarían parte del plan de José Martí
para la nueva contienda. Y el gigante de estatura y de gloria, aún sabiendo cercana su muerte, con los pulmones destrozados por la tuberculosis, va de nuevo a los campos de batalla, nombrado jefe militar de Oriente. Se estableció en Loma de la Lombriz, en el Término de Alto Songo.
Pese a su gravedad estuvo al frente del ataque a Dos Caminos y poco después en Charco Grillo, Mayarí Arriba, tendría su último combate.
Cuatro días después del desembarco de Antonio Maceo por Duaba, y seis antes de la llegada de Martí y Gómez por Playita de Cajobabo, Cuba perdía a uno de sus más gloriosos generales mambises.
Los restos venerados de Guillermón reposan en el cementerio de Santa Ifigenia, de la Ciudad Héroe de la República de Cuba, la que lo vio nacer y vivir como patriota.
El luto entre las filas insurrectas fue profundo. Y cuentan que al conocerse la noticia, ante la consternación de los combatientes, su ayudante, el capitán Rafael Portuondo Tamayo, en cuyos brazos falleció el héroe, pronunció palabras con vigencia para todos los tiempos: “Los hombres como el General Moncada no se lloran, se imitan”. Así recordamos hoy al héroe, en este nuevo aniversario de su muerte, tan gloriosa como la de los caídos en combate.