Pero así fue porque ella, desde muy joven dedicó su vida a defender a los desamparados.
Por ellos, en 1953, escaló el Turquino para situar un busto de José Martí, de quien aprendió la idea de ligar su destino a los pobres de la tierra. Por ellos, tras el amanecer del 26 de julio de 1953, asumió la causa que iniciaría la última etapa de lucha por la redención de los cubanos.
Para batallar por los desamparados, en el propio año del centenario martiano, hizo una amplia labor clandestina en las zonas de Pilón, Niquero, Media Luna, Campechuela y Manzanillo, reclutando a hombres y mujeres para emprender una lucha armada contra la tiranía batistiana, frustrada por la cobardía del principal organizador de ese intento, el politiquero Millo Ochoa.
Por los desamparados , ya en 1954 e inicios de 1955, reagrupó sus contactos clandestinos y creó una organización para actuar en su propio territorio, a la que nombró Movimiento Revolucionario Masó, como homenaje a Bartolomé Masó Márquez, el prestigioso manzanillero general del Ejército Libertador Cubano que tanta gloria legó a las siguientes generaciones de cubanos.
Por amor a los desamparados de su patria, Celia se unió al Movimiento Revolucionario 26 de Julio.
Quiso ir a México y regresar junto a Fidel para el reinicio de la lucha. Pero el Movimiento prefirió que ella permaneciera en Cuba bajo la dirección de Frank País, organizó el apoyo a los expedicionarios
del Granma, gracias al cual se salvó la Revolución.
Por esa fidelidad infinita a los parias en su propia tierra, arriesgó cada momento su vida, dirigió con eficiencia las tareas de una segura retaguardia de los combatientes de la Sierra Maestra, entre éstas la organización del Movimiento Revolucionario 26 de Julio en toda la zona de manzanillo y la preparación y envío a la Sierra Maestra de los primeros refuerzos de combatientes rebeldes.
Por ese destino trazado junto a los humildes, fue la primera mujer que empuñó un fusil en la guerrilla de la Sierra Maestra. A esa lucha se dedicó con la grandeza que simboliza a las Marianas del siglo XX.
Luego del triunfo de la Revolución, su devoción por los desamparados tuvo su expresión en canalizar la protección a los niños pobres, a los hijos de las víctimas de la guerra. La solución de problemas sociales de familias desposeídas, su preocupación por los asuntos de la población que llegaban a la dirección de la Revolución. El sueño redentor de Celia, se hizo realidad.
La lucha revolucionaria le deparó otros nombres. El más conocido fue, en la lucha clandestina, el de Norma. También utilizó los seudónimos de Lilian, Carmen, Caridad y Aly. Otro, tal vez por ella pensado, no llegó a estrenarse al no poder cumplir su deseo antes expresado de cambiarlo cuando triunfara la Revolución para pasar inadvertida. Para entonces, era ya, sencillamente, Celia Sánchez Manduley, nombre que expandió su dimensión
cuando el 11 de enero de 1980 la muerte lo insertó con mayor profundidad en la historia y en el corazón de los cubanos, especialmente en el de los desamparados redimidos.