El Titán de Bronce fue mucho más que un mayor general de la guerra de independencia. La agudeza de su pensamiento político y la legendaria valía como militar lo convirtieron en icono del ideal libertario del siglo XIX. Hijo de afrodescendientes, su carácter fue forjado en la fragua de la desigualdad y el racismo, por eso se alzó con inigualable coraje en la Guerra de los Diez Años (1868-1878) y luego en la Guerra Necesaria (1895-1898), junto a José Martí y Máximo Gómez.
El 15 de marzo de 1878, la Protesta de Baraguá lo consagró como símbolo de la intransigencia revolucionaria. Ante el mando español en la isla, rechazó el Pacto del Zanjón, una capitulación vergonzosa que ponía fin a la guerra de los Diez Años sin conceder la independencia ni la abolición de la esclavitud. Para Maceo no había concesiones posibles cuando se trataba de la dignidad nacional.
Sus campañas militares, que incluyeron la invasión de Oriente a Occidente en 1895, demostraron su genio estratégico. Fue herido en más de 20 ocasiones, pero ninguna bala pudo hacer que renunciara a la causa de la libertad patria. Su caída en combate, el 7 de diciembre de 1896, significó la muerte de un hombre y el inicio de una leyenda.
Maceo representó el valor, el deber y la lealtad absoluta a la causa de los humildes. Fue también un defensor incansable de la unidad y la disciplina como condiciones indispensables para el triunfo de la lucha contra el coloniaje español.
Aunque en un contexto diferente, casi un siglo después, otro latinoamericano entraría a la historia de la Mayor de las Antillas, destacándose en la lucha por la liberación definitiva. Ernesto “Che” Guevara, médico de formación y revolucionario por convicción, se convirtió en una de las figuras más visibles del proceso insurreccional cubano liderado por Fidel Castro Ruz.
Su incorporación al Movimiento 26 de Julio en México, su papel crucial en la Sierra Maestra, y especialmente su liderazgo en la batalla de Santa Clara, lo convirtieron en un combatiente esencial para el triunfo del 1ro de enero de 1959.
Fue un pensador de la praxis revolucionaria y ello lo llevó a ocupar cargos como el de ministro de Industria y presidente del Banco Nacional. El argentino devino arquitecto de la política de industrialización y de los ideales del “hombre nuevo”. Su ética del sacrificio, su desapego material, su sentido del internacionalismo lo llevaron a luchar en el Congo y finalmente a Bolivia, donde cayó en octubre de 1967.
El Guerrillero Heroico fue la imagen viva del compromiso radical con los pobres del mundo. Su figura, con la mítica boina negra y la mirada inquebrantable, se ha vuelto ícono global de rebeldía y coherencia.
Maceo y el Che representan, en distintas etapas históricas, la continuidad del espíritu revolucionario cubano. Ambos defendieron con igual fervor la soberanía, la equidad social y la necesidad de la acción ética como fundamento de la política. Ambos creyeron en el valor del ejemplo personal, en la disciplina férrea y en la entrega absoluta a la causa de los oprimidos.
Ellos no son meros recuerdos en estatuas o nombres de escuelas y avenidas. Son brújulas morales que orientan a nuevas generaciones en un mundo donde los principios suelen diluirse entre intereses materiales.
Cada 14 de junio, Cuba conmemora el natalicio de estos dos gigantes. Se evoca su ejemplo no como parte del pasado, sino como presente activo. No es un acto ceremonial vacío, sino una reafirmación del camino escogido, una jornada de reflexión sobre la responsabilidad de preservar los valores por los que ambos vivieron y murieron.