Si historia parece tejida por las manos de la tradición. “Mi abuelo me enseñó a ordeñar antes que a escribir”, confesó con una sonrisa mientras acariciaba a Mariposa, una de sus vacas. Su voz se quiebra al recordar a su familia: “Ellos me dejaron esto, no como negocio, sino como forma de vida”. Hoy, junto a su padre, cría ganado mayor y menor -vacas y conejos- en un terreno que lucha por legalizar. “Queremos llegar a tener más reses, montar un microordeño y ampliar las conejas reproductoras. Pero aquí todo es paso a paso, con lo que el campo y la vida nos presta” .
El trabajo es duro. Las jornadas empiezan antes del amanecer y terminan cuando la luna ilumina los pastizales. Pero Liet no se queja: “La tierra no regala nada; hay que sudarla”. Con su corta edad, ya abastece con leche a una tienda local -“es para los niños, eso me llena”- y siembra forrajes para alimentar a sus animales, usando las heces como fertilizante natural. “Aquí nada se desperdicia”, dijo.
Entre baldes de leche y pilas de libros, encuentra tiempo para su familia. Su hijo, Elier, de tres años anda siempre detrás de su padre. “Él es mi orgullo”, expresó el joven, cuyo rostro se ilumina al hablar de su esposa: “Ella es mi apoyo. Sin ella, esto no sería posible”.
La casa de Osorio Morales es un reflejo de su vida: sencilla pero llena de historias. En las paredes, fotos de sus abuelos con sombreros de vaquero; en la radio, música mexicana que anima las tardes de trabajo. “La vida en el campo es sacrificada, pero es libre. Yo no cambiaría esto por nada”, comentó con seguridad.
¿Por qué estudiar Ingeniería Agrónoma si ya es ganadero? Liet lo explica con pasión: “Quiero mejorar lo que heredé. Aprender a cuidar mejor el suelo, a optimizar la producción… La tierra es sabia, pero nosotros debemos ayudarla”. Mientras espera la legalización de sus terrenos, se prepara. “No me conformo. Quiero que mis animales vivan mejor, que mi familia crezca con más oportunidades”.
Al caer la tarde, este muchacho monta su caballo y recorre los límites de su tierra. Señala hacia un potrero vacío: “Ahí irán las nuevas vacas”. Su mirada, llena de esperanza, contrasta con las arrugas en sus manos -las de un hombre joven con alma de viejo. “Mis abuelos me enseñaron que lo importante no es tener mucho, sino cuidar lo que tienes”.
En un mundo donde muchos jóvenes huyen del campo, Liet Osorio Morales se aferra a él con uñas y corazón. Su historia no es la de un héroe, sino la de un hombre común que, entre ordeños y tareas universitarias, está escribiendo su propia leyenda: una donde la herencia y el futuro se abrazan, bajo el mismo cielo que vio nacer a sus antepasados.