Un rato después apareció en la acera, el Presidente cubano Miguel Mario Díaz-Canel Bermúdez, conversó brevemente con el Primer Ministro Marrero, y de inmediato cruzó la Avenida y fue hasta donde estaba el pueblo que lo saludaba y llamaba por su nombre.
Aun las ocupaciones de su alta investidura, y lo que lleva aparejado organizar como se debe, las celebraciones por el 26 de Julio en la ciudad que fue escenario de aquella acción memorable en pleno Carnaval de 1953, Díaz-Canel dedicó unos minutos a departir con su pueblo: saludó a una anciana, estrechó varias manos y en tono jocoso se refirió a los festejos iniciados el lunes.
“Los vi anoche –quizás se refería a los desfiles de agrupaciones infantiles frente a los 18 plantas de Garzón-. Se estaban divirtiendo. Bueno los espero mañana en el acto por el 26 de Julio”.
Y nuevamente el Presidente estrechó manos y escuchó palabras de cariño y reconocimiento que él reciprocó porque eran salidas de quienes lo ven como el conductor de una nación que con sus aristas perfectibles, lo consagra todo por la construcción socialista… es decir, por el único sistema que pondera y salva al hombre.