Si algo hay de diferente hoy, además del polvo aplacado y los muchos escombros que no están, es que ya no se espera, es que allí la pelea por la vida, esa sostenida sobre la esperanza de las familias y de Cuba entera, ha cesado.
Con el hallazgo del último cuerpo se instala la certeza implacable de 45 personas fallecidas, y cada una duele, porque en todas sus edades, en sus sueños truncos, en sus afectos, podemos vernos. Porque no hubo quien no se dijera: «Pude ser yo», «Pudieron ser los míos».
De entre el desastre, llenan el alma algunas bellezas rotundas, la de aquella ferocidad con la que las heroínas y los héroes de Rescate y Salvamento trabajaron sin pausa entre las piedras y los hierros, sin reparar en peligros ni en cansancios; y el modo en que siguieron, cuando era prácticamente improbable encontrar sobrevivientes, para darles a los seres queridos el consuelo de un cuerpo, de un cierre. Y alivian la bondad y la entereza de quienes se dieron y aún lo hacen, para curar, informar, asistir, donar, restaurar, dirigir.
Como señal de un respeto intachable, llega el Duelo Oficial cuando se han dado por terminadas las labores de rescate, pero hay un duelo hondo, interior, que lleva la Isla desde hace una semana. Así como luce la bandera a media asta, está el dolor en el pecho de la gente buena; allí donde siempre habrá un estremecimiento cuando se diga Saratoga.