Santiago de Cuba,

Cementerio Santa Ifigenia: ¨La Ciudad del silencio¨

31 May 2022 Escrito por  Karla Camila Del Río Salmon, Leticia Camila Creach Andreu, Meylan Nancy Martínez Rivero y Olga María Despaigne Feraud (Estudiantes de Periodismo) (Estudiantes de Periodismo)

Desde tiempos inmemoriales el hombre se ha cuestionado si hay vida después de la muerte. Muchos consideran la existencia de un mundo espiritual que supera lo mortal, pero estas suposiciones solo se basan en fundamentos liderados por la fe, en lo sobrenatural y lo inexplicable. Pero ¿qué pasaría si fuera real y tuvieras que escoger el lugar para descansar hasta la eternidad?

En Santiago de Cuba resultan llamativas las curiosidades que se refugian detrás del cementerio de Santa Ifigenia, tanto como su historia. Los antecedentes de este lugar de descanso eterno provienen de la ermita de Santa Ana, iglesia que colindaba con un cementerio improvisado donde se enterraban a las personas que no profesaban el catolicismo, y que se encontraba situado en la cima de una loma de nombre Efigenia, donde radica en la actualidad el Hospital Materno Sur, también conocido como Clínica de los Ángeles.
“A causa de las pandemias que habían azotado durante siglos a Europa como consecuencia de la insalubridad, se decide separar los cementerios de las iglesias y ubicarlos fuera de las ciudades. Esta orden no tardó en llegar a los dominios de ultramar”, explicó la Máster en Ciencias, Martha Hernández Cobas, especialista principal del Centro de Interpretación del Patrimonio Funerario (CIPAF).
“Por orden real se decidió comprar los terrenos en los que actualmente queda ubicado el camposanto. No fue hasta el 22 de abril de 1868 cuando se realizaría el primer enterramiento oficial con la sepultura a Encarnación Ramos, niña mestiza de 28 días de nacida”, subrayó la especialista.
Dada la fuerte tradición católica imperante en Cuba, la construcción del cementerio estuvo marcada inicialmente por la tradición eclesiástica. La estructura primigenia es de cruz latina, encontrándose entre los primeros trasladados personalidades importantes de la sociedad civil y de índole religiosa.
¿Efigenia o Ifigenia? ¿Una simple equivocación?
A comienzos del siglo XX la necrópolis santiaguera era conocida con diversos nombres, algunos le llamaban Santa Ana por la iglesia en la que se encontraba su primera ubicación, y unos pocos, le decían vulgarmente: “la cangrejera”, por la abundancia de estos crustáceos en el terreno pantanoso donde se encontraba desde 1868. Poco a poco otro nombre se volvería popular: Santa Efigenia.
En medio de esta mezcla de diversos calificativos, era necesario encontrar el que lo identificara. El pasado es amigo de la religión y el siglo XX no fue la excepción, por lo que el cementerio de la ciudad paso a ser bendecido como Santa Ifigenia.
Ifigenia y Efigenia fueron santas de diferentes culturas; la primera formaba parte de la cultura griega, en tanto, Efigenia era negra y una figura importante de la cultura etíope.

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Sin embargo, en una sociedad colonial clasista, donde la mayoría de enterramientos pagados eran de personas blancas adineradas y de religión católica ¿Qué nombre puede ir acorde con la época? ¿Uno que representará la población negra que en esos momentos era marginada o de lo contrario uno que representara a la clase adinerada y blanca?
Muchas historias giran en torno a esta decisión, algunas dicen que fue un acto discriminatorio y despectivo, y otras afirman que solo se debió a un error ortográfico. Lo cierto es que se trata solo de especulaciones. La realidad es que el sitio de enterramiento se fue desarrollando al unísono de la ciudad santiaguera.
El museo a cielo abierto -como también se le conoce- después de su nombramiento oficial, y debido a los valores históricos y culturales que posee, fue merecedor de la condición de Cementerio Patrimonial, y reconocido en dos ocasiones como Monumento Nacional; la primera, el 7 de septiembre de 1937 y luego, el 19 de mayo de 1979, este último momento, en conmemoración al 84 aniversario de la caída del Héroe Nacional José Julián Martí Pérez.

IMG 20220507 105726Figura 2: Foto tomada de la edición del 14 de marzo de 1966 del Periódico Sierra Maestra

Una ciudad para los muertos
La también especialista del CIPAF, Josefina Romero, detalló que el camposanto tiene una extensión de 9,4 hectáreas, divididas en 23 patios en forma de cruz latina, identificados con las letras del alfabeto, exceptuando la j, l, z y v; además de otros dos patios denominados ‘fajas’. “Existe un total de 8171 bóvedas, entre las que se encuentran 71 asociaciones, 39 sindicatos y 18 logias”, dijo.
Los primeros enterramientos se realizaban según la ubicación del difunto en la división clasista de la sociedad. Luego se encontraban quienes morían por epidemias, cuyas tumbas no se abrían hasta pasado los diez años, siempre y cuando respondieran a la religión católica y no acogieran en su seno otra creencia que no fuese la oficial, según impuso la metrópoli española. Esto fue cambiando con el tiempo.

A la niña Encarnación Ramos se le unió pronto el joven esclavo Gerardo, propiedad de Don José Ramón Villalón, el 23 de abril de 1868.
Según las especialistas consultadas, en la actualidad ninguno de estos entierros puede encontrarse debido a las remodelaciones que sufrió la necrópolis, fundamentalmente en 1907, cuando fue demolido todo el sistema de enterramientos en nichos y gavetas.
Sin embargo, para respetar la antigüedad del camposanto y la historia que guarda, se puede encontrar la tumba de la familia Navarro Villar, donde se localiza la lápida que recoge la fecha de enterramiento de María Navarro Villar de Sanamé, quien fuera sepultada el 27 de abril de 1868, unos días después de Encarnación y Gerardo.
Creado el cementerio, existió dentro del mismo un terreno anexo sin tratamiento ni reconocimiento oficial conocido con el nombre de potrero, donde se enterraron los cadáveres no católicos, no creyentes o de otras religiones.
En nuestros días el camposanto se alza como uno de los tesoros mejor guardados de la cultura y la historia santiaguera, y es lugar de peregrinación de pobladores y foráneos en fechas significativas.

Santa Ifigenia se impone por la majestuosidad de su estructura y la historia que preservan sus monumentos. Este altar se enaltece con un frente patriótico donde se encuentran grandes personalidades de las luchas por la independencia de nuestro país.

Un museo a cielo abierto
La construcción del cementerio como nuevo espacio para la conmemoración, ligada a la idea de trascendencia social, originó interés especial en la población, sobre todo en las familias acomodadas, la burguesía y los poderes públicos, quienes deseaban tener dentro de la necrópolis una presencia similar a la que, en vida, tenían en la propia ciudad.
“El interés de las personas por transferir el poder y la opulencia de la vida hacia el descanso eterno llevaría a la construcción de grandes monumentos funerarios. Con este propósito se recurrió a menudo a los lenguajes arquitectónicos imperantes en la época, muchos de ellos apropiados de otros continentes” explicó Orialis Shelton Cerviño, museóloga del CIPAF.

IMG 20220426 110217 1Figura 5: Ejemplo de arte funerario.

Desde la elegancia en las líneas del neoclasicismo, la gran carga decorativa y la fuerza emotiva del eclecticismo, la simetría y elegancia del art decó hasta los códigos más actuales, la arquitectura del cementerio muestra una variedad de estilos tan diversos como nuestra cultura. Esta multiplicidad dota al camposanto de una magnificencia artística que deslumbra al visitante en cada espacio.
La majestuosidad de los sepulcros revela la importancia que tenía su construcción y ornamentación para las familias. En su mayoría los conjuntos escultóricos eran construidos según la clase social y algunas personas destinaban los ahorros de toda su vida, a erigir un panteón digno para cobijar la muerte.
“Los encargados de llevar a cabo estas maravillas eran los maestros marmolistas. El negocio de las obras fúnebres era muy lucrativo” afirmó la especialista. Cubanos y extranjeros, estos artistas complacían gustos según los presupuestos y en ya sea en mármol de Carrara o criollo hacían gala de unas habilidades técnicas sin igual, dándole vida a la piedra.
Las obras escultóricas personifican en su mayoría madonas, querubines y pasajes bíblicos, entre los que destacan el calvario y la crucifixión de Cristo. Las figuras presentan una gran carga expresiva con rostros que van desde la tristeza y la aflicción hasta la reflexión y la serenidad.
Es imposible no sobrecogerse ante la solemnidad del dolor plasmado en el blanco mármol que parece buscar en lo imperecedero de la roca la eternidad tan humanamente anhelada. Santa Ifigenia regala a quien lo visita un viaje de introspección donde no faltan los cuestionamientos sobre nuestra existencia y nuestro paso efímero por el mundo. El hombre en su afán de otorgar belleza a sus quimeras ha convertido aquí la muerte y el dolor en el arte más sublime.

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Comentarios

  • Barbara emilia Barbara emilia Tuesday, 31 May 2022

    Muy Buen articulo, felicidades a los estudiantes de periodismo, se debe divulgar para el conocimiento de todos

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