En el libro “Cien Horas con Fidel” de Ignacio Ramonet, quedaron plasmadas sus impresiones sobre la vivienda en la que debía recibir la educación inicial, donde a la postre experimentó sinsabores. Ubicada en la calle General Jesús Rabí, ya no tiene las tejas rotas y descoloridas que permanecieron en sus memorias, “La casita de Fidel” -como es conocida- atrae a visitantes de todo el mundo interesados en conocer aquella historia.
“Era propiedad de la familia de Eufrasia Feliú, una maestra que impartía clases en Birán. Ella propone a los padres que el niño viniera a estudiar en la casa, para desarrollar su inteligencia nata, es así como Fidel llega a Santiago con apenas seis años, junto a sus hermanos Ramón y Ángela”, explica Tamara Oro Sánchez, directora del Museo de la Lucha Clandestina, institución próxima al inmueble.
La especialista detalla que los niños estaban al cuidado del padre y las hermanas de la maestra, una de ellas falleció tiempo después. No obstante, su formación fue casi autodidacta y la atención que les brindaban, precaria.
“Desde aquí Fidel vio por primera vez el mar y las montañas, pero también conoció el hambre, todo parece indicar que el dinero que recibían de sus padres realmente no se utilizaba en la manutención de los hermanos Castro Ruz. Fidel también narra que esta familia no tenía todas las condiciones necesarias, pero sí muy buenos modales, entonces él trató de romper con esos cánones, desobedecer para que lo internaran en el colegio La Salle”, revela.
En la casita residió alrededor de un año y medio. Actualmente se exhibe allí una pequeña exposición fotográfica sobre sus diferentes etapas estudiantiles en Santiago de Cuba, hasta culminar el Colegio Dolores, acompañada por un mobiliario que recrea el que se usara en la época. También se muestran imágenes de su última visita, en el año 2003.
“Se trata de mantener la originalidad del local, el Museo de la Lucha Clandestina realiza actividades para promover el acercamiento a la figura del Comandante en Jefe desde su niñez”, Oro Sánchez insiste en que la casa no es una extensión de este centro, tampoco un museo en sí misma, pero constituye un lugar especial que debe preservarse.