Hace 10 años la naturaleza se ensañó con Santiago de Cuba y todavía recuerdo los rostros ensombrecidos, el amanecer triste, arrasado. La lavadora en la calle, expropiada del edificio, cerca los cables; los árboles caídos desde la raíz, no daba crédito, no podía. Nunca antes presencié tanto desastre.
Huracán que un octubre se llevó vidas, y tantos hogares que aún no se levantan. “Si lo hubieses visto”, me espeta Gertrudis, como si le explicase a quien llega de tierras foráneas, como si yo no hubiese estado aquí, casi me golpean sus palabras.
La entiendo cuando dice que su experiencia fue terrible, que durante la tempestad, abrazada a sus tres muchachos, ella sí vio volar la cubierta. Y entonces fueron a parar junto a los vecinos; ay, aquella noche larga les quedó poco, pero sobrevivieron ellos y los suyos, quedó lo importante.
Últimamente recuerda los días siguientes, la vida se empeña en sacar a flote sus “enseñanzas” cuando la oscuridad se impone puertas adentro. “Parece que fue ayer”, agrega y no puedo evitar pensar en Pinar del Río, estoy segura de que ella tampoco. Habrá resiliencia, ya llega ayuda, aquí también la hubo.
Cuando quedaba tanto por hacer aparecieron brazos jóvenes, de muchos lugares, cubanos todos. La expresión “dando una mano” no les hace justicia porque ellos dieron su cuerpo entero, casi salvándonos de la calamidad; poco a poco devolviendo esperanza.
Han pasado ya 10 años y amanecemos ¿diferentes? yo diría que más conscientes de que contra la naturaleza nadie puede, en un soplo trastoca y devasta, de que solo unidos vuelve a edificarse la obra. Ya lo vivimos y no, no se olvida.